Leer con espíritu crítico a un clásico
indiscutido de la literatura universal es sobre todo confuso. Coges el libro,
lees el título y en cuanto llegas a la palabra Hemingway su peso se multiplica
por diez, tus brazos flaquean y el volumen cae al suelo por primera vez. A
continuación tienes dos opciones, coges el libro y lo devuelves con bastante
esfuerzo a la estantería antes que alguien te vea o lo levantas del suelo con desdén, lo haces girar en el aire mientras lo observas por uno y
otro lado y con toda violencia de la que eres capaz lo estrellas contra la pared; luego lo retuerces
y lo pisoteas hasta que el lomo se desbarata. Entonces sí, te sientas y
disfrutas de la lectura. Hay otras formas de hacerlo pero esta es la que elijo yo para enfrentarme a un totem como Ernest sin sentirme un mosquito.
Ahora al tajo. The Forty-nine
First Stories , título original de
estos cuentos seleccionados por el autor para este libro publicado en el año
1938 cuando el tipo contaba ya con dos guerras, dos divorcios y 39 años de edad;
o la mayoría de ellos, son buenos o muy buenos y algunos no lo son tanto
pero sin embargo rellenan huecos de la historia que nos quiere narrar y que subyace.
Son las aventuras de un observador detallista, un trotamundos incansable cuya empresa
es aprehender historias. Yo estuve ahí, coño! Nos escupe a la cara!
Hay piezas espléndidas como Padres e hijos, Cincuenta de los grandes o Los
asesinos, hay historias de una sencillez que abruma que hablan de toreros de
capa caída y Las nieves del Kilimanjaro
que es un clásico del que no diremos nada para que no sepa a poco y está La capital del mundo que empieza
diciendo “Madrid está lleno de chavales que se llaman Paco…” y donde la
tragedia se cocina a fuego lento. De los que me gustaron menos no hablo.
Cuando terminé de leerlo, y esto
me llevó tres meses porque si no los mastico un par de días a los cuentos igual
no los entiendo; cuando terminé de leerlo, pegué de punta a punta el lomo con cinta
de embalar marrón y lo tiré en un rincón del estante más alto de la biblioteca.
Allí a nadie le llamaría la atención.
Fernando, en ese final "Allí a nadie llamaría la atención" hay más literatura que en las Obras Completas de muchos Totems de la litetaura. Tus finales son enigmáticos, ensoñadores, mágicos e indescifrables... Esta pequeña critica no es sino un cuento en si mismo, un homenaje al género de la que Hemingway y sus correligionarios estarán disfrutando en el "infierno
ResponderEliminar" de los aventureros, bebedores y vividores...en la que espero nos guarden tres sillas vacias para cuando este mundo se canse de nosotros.