Siempre es difícil hablar sobre autores tan leídos, estudiados y elogiados como Cortázar porque uno tiende, sin ser consciente de ello, a recurrir a lugares comunes que aparentemente han establecido las interpretaciones universalmente aceptadas sobre las pulsiones, intenciones y características de sus obras, en especial de sus cuentos. Es evidente que en este conjunto de cuentos se atisban muchas de esas cualidades: una mirada surrealista de lo que le rodea, un ritmo muy ágil y coloquial, historias duales que no tienen un final esclarecedor, ni mucho menos una lectura moralista, un uso del recurso fantástico para crear universos nuevos que sitúan al lector en laberintos donde realidad y sueño se confunden o un continuo juego con la sintaxis pero siempre al servicio de la historia. Sus personajes actúan aparentemente fuera de la razón en pos de algo que desconocemos y que no nos es explicado ni descubierto en ningún momento de la trama. Cortázar se vanagloriaba de ser un escrito...
Tres amigos que disfrutan leyendo. No hay más.